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Buenos Aires, Viernes, 22 de Noviembre de 2024 |
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Por Felipe.A.Fiscina
Hace 140 años se trabajaba entre 12 y 18 horas por día y si el patrón lo necesitaba, más aún. Hace 70 años, 12 horas. Hoy se trabajan 9 y nos es impensado hacer sólo 6 horas. También resultaban imposibles vacaciones, aguinaldo, jubilación para quienes no las tenían. Hoy pensar en 3 ó 4 semanas de vacaciones es más que una utopía, es un sueño utópico. Pero no es cuestión de soñar sino de levantarse y ver que si lo han logrado antes se puede lograr ahora. No olvidemos que en el Congreso de la Nación hay un proyecto de Reforma Laboral a la espera de su aprobación. Y no es de la línea de los ´90, hecha a medida del neoliberalismo, sino que es una Reforma Laboral forjada al calor del renacimiento Latinoamericano y sin recetas berretas como las del Consenso de Washington. Ahora, como lo fue en 1949, las reformas van en sintonía con el pueblo. Clarificando lo que digo, a los números me remito. En Argentina el índice de desocupación está alrededor del 7%, en España 21% y EEUU 10%. Yéndonos más arriba, en Finlandia y Suecia están en un 8%. ¿Cómo es que nos queremos parecer a los que más desocupación tienen? En el 2003, más del 20% no trabajaba y quien lo hacía tenía un futuro incierto. No hay peor inseguridad que la de no saber si mañana tengo un trabajo para llevar el pan a casa. Esa es la inseguridad que se combatió y se sigue combatiendo. Sin represión, sin censura, con trabajo e inclusión. Así es como llegamos al 125º aniversario del día del trabajador, pensando en mejorar la calidad del trabajo, disminuyendo la desocupación, la pobreza y redistribuyendo la riqueza. Les dejo un fragmento del corresponsal del diario La Nación en EEU, José Martí, cuando los Mártires de Chicago fueron “juzgados” y sentenciados a la horca:
“Ni el miedo a las justicias sociales, ni la simpatía ciega por los que las intentan, debe guiar a los pueblos en sus crisis, ni al que las narra. Sólo sirve dignamente a la libertad el que, a riesgo de ser tomado por su enemigo, la preserva sin temblar de los que la comprometen con sus errores. No merece el dictado de defensor de la libertad quien excusa sus vicios y crímenes por el temor mujeril de parecer tibio en su defensa. Ni merecen perdón los que, incapaces de domar el odio y la antipatía que el crimen inspira, juzgan los delitos sociales sin conocer y pesar las causas históricas de que nacieron, ni los impulsos de generosidad que los producen.” |