Carlos Marx a mediados del siglo XlX (1852 carta a Joseph Weydemeyer), completa la base teórica que cambiaría para siempre la manera de ver y comprender la problemática de las clases sociales en la sociedad moderna. Si bien N. Maquiavelo en el siglo XVl y mas tarde Jean Jacques Rousseau, unos años antes de la revolución francesa de 1789 advierten y tratan in extenso, las tensiones generadas como consecuencia de la pugna entre clases y la describen (a grandes rasgos) como la consecuencia del enfrentamiento de dos segmentos sociales: por un lado el de la burguesía, compuesta mayoritariamente por los señores del poder que dominan los medios de producción y son los únicos dueños de las tierras aptas para el cultivo, y por otro el pueblo: conformado por las clases sociales mas bajas, sometidas indistintamente en uno y otro tiempo al trabajo mal remunerado y a condiciones infames de explotación, fue Carlos Marx quien introdujo a la modernidad las bases teóricas que con mayor fuerza influirían en esos conflictos y en las luchas sociales de todo el siglo XX. Es Marx quien luego de reconocer y analizar críticamente todo el pensamiento histórico-filosófico que lo antecedió, incorpora como uno de los ejes centrales de su razonamiento, la idea de “lucha de clases” y nos dice, ni más ni menos que: esta lucha “conduce necesariamente a la dictadura del proletariado”. Pero va más allá todavía: introduce una teoría nueva y eminentemente singular según la cual, se resolvería para siempre el conflicto entre “oprimidos”, que él visualiza por entonces, fundamentalmente, en los obreros de las fábricas inglesas (proletariado) y “la burguesía u oligarquía” que constituye en los dueños de los medios de producción, patronos de los asalariados y obreros de dichas fábricas. En su carta a Joseph Weydemeyer, dice: “la dictadura del proletariado, será a la vez el tránsito hacia la abolición de todas las clases y por lo tanto, hacia una sociedad sin clases sociales” La base de sustentabilidad de esta hipótesis, el paradigma, que como señalamos más arriba marcará el camino a toda la militancia y a la mayor parte de las especulaciones teóricas para la construcción de políticas progresistas de la primera mitad y parte de la segunda del siglo XX, tiene una raíz eminentemente científica. Es un pensamiento fuerte, que comienza a surgir y a consolidarse a partir de la revolución industrial y que mas tarde, se fortalece con la revolución francesa. La defensa de esas convicciones estrictas, devenidas en ideología, la más de las veces permanecerá inmutable ante toda crítica. Fueron muchas las luchas sustentadas a la luz de estas convicciones. Desde la Revolución Rusa de 1917 en adelante, se suscitaron alrededor del mundo, una gran cantidad de intentos revolucionarios con raíces populares, sin embargo, el éxito ha sido escaso, y el enemigo, poderoso, inmutable casi, le hará pagar a la clase obrera, a trabajadores, a estudiantes y a toda la militancia del campo popular un precio altísimo, traducido en millones de muertos. Y por supuesto, la moneda de cambio, será aportada desproporcionadamente por los sectores más humildes. La lucha de clases planteada como puro enfrentamiento de dos fracciones que pugnan por el poder, es, a priori, una lucha desigual. La única herramienta con que cuenta el pueblo para equipararse en fuerza con las clases poderosas, es su mayoría numérica. En cambio los sectores dominantes, las oligarquías burguesas de todo el mundo, cuentan con ventajas insoslayables: por un lado, ellos ya son el poder, y por otro, manejan una infinita cantidad y calidad de recursos, básicamente económicos. Es este último, el recurso económico inagotable, el que les permitirá entre otras muchas cosas, apropiarse de todas las herramientas necesarias para la conservación de ese poder que ya ostentan: medios de comunicación, voluntades políticas, golpes de estado impulsados a su favor, justicia corrupta, etc. En resumen: pervertir, amordazar, y si fuera necesario demoler de manera dolosa a cualquier sector que se oponga a su ilimitada avidez. Por eso, por más de doscientos años, nadie ha podido vulnerarlos seriamente y mucho menos, correrlos de su sitio de dominación y privilegio Durante los últimos años del siglo XX y hasta comienzos del actual, esta realidad histórica aparente: la imposibilidad de arrebatarle el poder a las clases privilegiadas, indujo a un marcado descreimiento, sobretodo entre los más jóvenes, que por un tiempo, parecieron abandonar la lucha. De hecho, durante varias décadas, con posterioridad a la caída del muro de Berlín, el avance de los sectores de dominación, que entre otras muchas perversidades dio lugar a la conformación de una política infame, que hasta hoy seguimos llamando “neoliberalismo” pudo mostrarse como inexorablemente definitivo. Ese fortalecimiento hizo también que por largos años, muchos juzgasen inútil sostener cualquier foco de resistencia. Nosotros pensamos que no es así, que la voluntad de lucha sigue intacta, y que los sectores del pensamiento y de la acción del campo popular, por suerte, han concluido, solamente, en la imperiosa necesidad de un cambio estratégico. Poco más tarde, o mas temprano, el comienzo del nuevo siglo, dejó traslucir primero y proyectó luego enfáticamente esa mutación histórica que llamamos “posmodernidad”. En este contexto, comienzan a escucharse voces que conducen a visualizar la realidad desde otros puntos de vista. Estas nuevas miradas, sólo serán posibles luego de realizar una profunda crítica de los modelos aplicados durante los últimos doscientos cincuenta años. El período de vacío, que pareció tener lugar a finales del siglo pasado y principios del actual, resultaría ser ni más ni menos que la hoja en blanco para bosquejar una nueva descripción de la realidad, con vista a la construcción de un nuevo paradigma. Este nuevo paradigma, a diferencia de aquel del pensamiento duro y estricto de la ciencia, parece proyectarse abierto, de gran inclusión de la diversidad, de permanente recreación y reconstrucción de los modelos. Esta condición le permitirá nutrirse de todo lo positivo que la experiencia moderna ha dejado. Este nuevo paradigma, reflejará en su centro, más que una estricta ideología, un férreo compromiso ético, donde sustentar las ideas de justicia social y de equidad distributiva de la riqueza. Y más, por primera vez, el imperio da una ventaja. Si bien no desconoce los profundos cambios históricos, sólo se limita a describirlos, en la acción, sigue utilizando los modelos antiguos de imponer por la fuerza su preeminencia y sus privilegios. Deberemos aprovechar sin pérdida de tiempo esa tozuda estupidez. Preguntémonos: ¿Un cambio de paradigma, un punto de vista diferente será suficiente para proporcionarle un sentido nuevo, a las viejas e indeclinables reivindicaciones de las mayorías? Entendemos que sí. Otra pregunta: ¿Ese nuevo paradigma, deberá dejar de lado aquella antigua sede donde se articuló históricamente el nudo del conflicto social “la lucha de clases”? Entendemos que no. Lo que si sabemos, porque lo hemos aprendido a costa de nuestra propia sangre, es que debemos buscar un nuevo campo de batalla para dar esa lucha y que el campo de la Cultura podría resultar eminentemente propicio.
Desde la Cultura, podrán irse generando profundos cambios de sentido en la sociedad, a fin de promover una ciudadanía que incorpore valores más éticos y que esos valores nuevos, sean las bases de sustentabilidad y las herramientas fundamentales en la lucha por la justicia social. En esta etapa, al menos, tal vez no sea la hora de arrebatarles todo el poder a las clases dominantes, tampoco de plasmar la afirmación marxista de diluirlo, a fin de que toda clase social quede abolida. Pero si como ya se viene experimentando en muchos países de América Latina, si fuésemos capaces de insistir lo suficiente en la construcción de una cultura ciudadana positiva, creadora de un sujeto ético nuevo, que se erigiese abrumadoramente como una inmensa mayoría; un hombre nuevo capaz de resistir desde el compromiso, desde la política y desde la militancia, al modelo perverso del poder, es muy probable, que ese ciudadano nuevo, pueda conseguir también que el imperio, irremediablemente, se vea obligado a ceder, al menos en parte (por el momento), una porción de sus privilegios, y hacerles sentir que de otro modo, el mundo se les tornaría invivible.
Ruben Del Grosso delgrossonr@arnet.com.ar |
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