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Buenos Aires, Viernes, 22 de Noviembre de 2024 |
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Corría el año 1931. Cuando el arroyo Maldonado aún no era la avenida Juan B. Justo sino, todavía, una calle de tierra que lo cubría, y el barrio de Villa Crespo sostenía sus casas bajas, en el cruce de las calles Manuel Rodríguez y Tres Arroyos se encendían maquinarias que empezarían a dar forma, consistencia y sabor a los chocolates Arrufat. Especializada en la elaboración de una amplia gama de productos a base de chocolate, la empresa llegó a emplear cerca de 300 trabajadores en sus años de mayor esplendor. La modernización y el avance tecnológico hicieron que la planta de empleados se fuera reduciendo hasta llegar al número de 51 en el momento en el que se desató el conflicto, en noviembre de 2007. En diciembre de 2007 y enero del 2008, momento de mayor producción en la fábrica por las fiestas (turrones, confituras) y pascuas (huevos de chocolate), los trabajadores notaron una baja en la producción. Esta situación continuó durante todo el 2008, sin explicaciones por parte de los socios/dueños. En este sentido, Diana Arrufat, nieta del fundador y una de las socias, cada vez que era consultada por los trabajadores acerca de la falta de paga afirmaba, una y otra vez, que la fábrica iba a quebrar y que no iban a poder hacer nada al respecto. En enero del 2009 empezaron a dar vacaciones a los trabajadores, después de un año completo de una ínfima producción, y transmiten el aviso de corte de energía por falta de pago, seguido de un cartel en la puerta de la fábrica avisando a los trabajadores que la empresa ya no era operativa, y que se les notificaría cuando las actividades se volvieran a retomar con normalidad para que se reincorporaran a la brevedad. “Yo era delegado de la comisión interna”, nos cuenta Carlos con el recuerdo reflejado en sus ojos. “Cuando salí a ver el tema de la luz, me encontré con el cartel en la puerta. Si nosotros nos íbamos, no sabíamos si a la vuelta íbamos a encontrar la empresa cerrada, y quién sabe si en la empresa iban a estar todas las máquinas, porque a lo mejor sacaban todo. Entonces yo dije ‘Yo me quedo, ¿quién más se queda’? Algunos compañeros salían por la puerta de atrás. Otros salían por ahí y decían ‘Yo me voy de vacaciones, estoy cansado de esto. Perdí el trabajo así que voy a buscar otra cosa.’ Entonces cuando yo dije ‘Yo me quedo’, otro dijo ‘Yo también’, y después otro ‘Y yo también me quedo’. En total habremos juntado nueve o diez, y después se nos fueron sumando algunos compañeros más.” Y decidieron quedarse: la empresa les debía, a esa altura, nueve sueldos, aguinaldo y vacaciones. Quedarse implicaba asegurar la estadía de las máquinas en el establecimiento, y eso se convertía en una garantía de pago. Bastante lejos estaba todavía la idea misma de la cooperativa: en un primer momento el objetivo era que los patrones saldaran la deuda de sueldos, y las máquinas eran la única garantía de pago. “Nosotros pensábamos que pasaban diez días y que los dueños ponían en marcha la empresa. Pero fueron pasando los días y seguía todo igual y nadie se arrimaba por la empresa.” Después las denuncias, la mediación del Ministerio de Trabajo. La empresa estaba en concurso preventivo. Todavía esperaban que las diferencias entre los socios fueran saldadas y que la cotidianidad del trabajo retomara su camino. Pero pasaron los días y las guardias dentro de las instalaciones, y no se vislumbraba ninguna resolución ni intención de salida del conflicto por parte de los socios. “Un día hablando con el Ruso, un vecino de mitad de cuadra, me dijo ‘No jodas más con esto. Trabájenla ustedes a la empresa, hagan una cooperativa’. Y ahí empezamos a organizarnos. Después vinieron los muchachos del Hotel Bauen, que nos dieron una gran mano para armar la cooperativa. También nos ayudó mucho la señora Vilma Ripoll, nos acompañaba a todos lados.”
De la sorpresa a la organización. -¿Cómo fueron esos primeros tiempos de la cooperativa? -No teníamos dinero. Empezamos a hacer bombones a mano, no teníamos luz, así que trabajábamos a oscuras, con la luz del fuego. Salimos a vender los bombones por el barrio, en la puerta del Coto (N de la R: la sucursal del supermercado Coto que se encuentra en av. San Martín y Juan B. Justo). Salíamos con una urna para el fondo de huelga. A algunos compañeros les daba vergüenza porque nunca habían tenido que salir con la urna, pero teníamos que hacerlo igual. Después vinieron los chicos del Polo Obrero, que nos dieron un gran apoyo. Y así activamos. Pensamos en hacer un festival. Los del Polo Obrero consiguieron el sonido, los del Bauen los grupos para tocar. Y en eso llega la Cooperativa Azul, que está en Boyacá y Tres Arroyos. Nos acercaron facturas, pan. Ellos fueron los que nos acercaron los primeros diez kilos de dulce leche con los que hicimos los primeros bombones. A los días nos alcanzan más pan y facturas, y veinte kilos más de dulce de leche. -¿Y los proveedores? -En ese momento no apareció nadie. No aparecieron los proveedores a los que la fábrica les debía algo, ni los que estaban en cero. Uno solo vino, el de los moldes, que se puso a nuestra disposición. Después tuvimos que hacernos de los proveedores de nuevo, y más que ninguno quería saber nada con la fábrica por cómo habían quedado las cosas con los dueños. Se vieron, en un momento, con cincuenta kilos de dulce de leche y sin chocolate para hacer la cobertura de los bombones. La solución fue hacer bombones de fruta. Y alumbrados por unas linternas, por la llamas del fuego (porque el gas no lo habían cortado) y algún cable de electricidad facilitado por algún vecino, comenzaron a producir. Con la primera venta de los bombones de fruta y lo recolectado del festival, pudieron invertir en la compra del chocolate, además de pagar algunos viáticos a algunos de los compañeros. “Y así fue. De a poco: con la venta de esos bombones compramos más chocolate y sacamos otra tanda, y con lo que juntamos compramos dulce de leche y chocolate, alquilamos un generador y pudimos sacar otra tanda más de bombones y huevos de pascua.” Una mañana se apareció un abogado por la puerta de la fábrica, con la orden de retirar una máquina refinadora de chocolate, la única que funcionaba, pronta a ser rematada. Ante la resistencia de los trabajadores se desplegó en la calle un operativo que incluía a efectivos de la Policía Federal y del Grupo GEO., La respuesta fue clara: “la máquina no se la llevan”. La acción, concreta: se encadenaron a ella. Finalmente, el juez interviniente, ante la resistencia de los trabajadores adentro, y la solidaridad de los vecinos y militantes afuera, decidió postergar el allanamiento. “Nosotros queríamos comprar la máquina pero no teníamos un peso”. Hicieron una conferencia de prensa en la puerta de la fábrica: era necesario visibilizar el conflicto. Finalmente, a través del INAES (Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social), lograron comprar la máquina: la máquina refinadora de chocolate es de los trabajadores de la cooperativa. -¿Cómo funciona la Cooperativa? -Acá hacemos asamblea cuando realmente la necesitamos, cuando hay algo importante que no puede resolver la comisión. La comisión está integrada por siete miembros que se eligen en la asamblea. La ganancia la distribuimos equitativamente. -¿Cuál es la percepción con respecto al trabajo? Porque una cosa es trabajar en relación de dependencia, bajo patrón, y otra es tener la fuente de trabajo en nuestras propias manos, con la responsabilidad y el compromiso que eso implica, y con una nueva idea y una nueva relación con el trabajo. -La cooperativa no es lo mejor que hay: la cooperativa se hace de última. Cuando no hay otra opción se decide por la cooperativa. Vos tampoco estás eligiendo tu socio. En nuestro caso, el de una fábrica recuperada, nos juntamos todos, sin quererlo, como última opción. Nosotros nos quedamos en la fábrica, en un principio, esperando a que volvieran los dueños, creíamos que volverían a poner en marcha todo viéndonos a nosotros ahí, esperábamos que volvieran para poder trabajar y cobrar todo lo que nos debían, pero no pensábamos en ese momento en generar lo que vino después. Hay muchos compañeros que se quedan en la cooperativa porque no tienen otra opción, o muchos están acostumbrados a trabajar bajo patrón, marcando su tarjeta a la entrada a la salida, cobrando su sueldo determinado día, y listo. En la cooperativa es distinto: a veces no tenés hora de salida o de entrada, ni sueldo fijo, depende de cómo se vayan dando las cosas. Y si te vas a tu casa y te olvidás, te va a ir mal, porque el trabajo y lo que salga de eso está en tus manos. La ley de Concursos y Quiebras plantea un nuevo panorama pero, según Carlos “hecha la ley, hecha la trampa”, hay que leer la letra chica. Las temporadas de producción y de más trabajo son de septiembre a diciembre (Navidad y fin de año) y enero y febrero (pascuas), en las que elaboran turrones, confituras varias y huevos de pascua, respectivamente. Durante el resto del año la producción baja pero siguen ofreciendo bombones, gomitas, bombones de fruta, tabletas de chocolate con maní, granizado, chocolate en rama. Desde el 23 de marzo de este año la Cooperativa ViViSe, ex Arrufat, tiene su matrícula, lo que les permite acceder a subsidios, ya sea para saldar deudas en las que intentan no entrar, o para la compra de materias primas para la producción. “No digo que estamos bien pero la estamos luchado. No te voy a mentir, es duro. Pero seguimos. Primero, acompañados por un montón de compañeros de otros espacios; ahora acompañándonos.”. Actualmente, hay veinticuatro trabadores en la fábrica peleando día a día y aprendiendo de cada paso que dan. “Después de meses de lucha, resistencia y sacrificio contra el vaciamiento patronal de Arrufat, con el apoyo de la comunidad y la calidad de siempre, hoy tomamos el destino en nuestras manos y empezamos a producir.” (Extraído del blog de la cooperativa: http://www.chocolatesarrufat.blogspot.com/).
El local para venta al público de los productos elaborados por la Cooperativa ViViSe se encuentra en la calle Tres Arroyos 761, barrio de Villa Crespo, Ciudad de Buenos Aires. |