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Buenos Aires, Jueves, 21 de Noviembre de 2024 |
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A la mañana del 14 de setiembre, se computaban once muertos y más de doscientos veinte heridos como saldo del choque producido en la madrugada del día anterior sobre el cruce de Artigas con las vías del ferrocarril, entre dos trenes del Sarmiento y un colectivo de la línea 92, un hecho que sigue estremeciendo al país y que convoca a la solidaridad con las víctimas y sus familiares. Sin embargo sería saludable que tal tragedia no terminara por asumirse como natural e inevitable, sino que sirviera para profundizar el debate sobre las medidas que impidan su repetición. Hablar de accidente es mínimamente un error de apreciación o desinformación. Un accidente es algo no previsible y, en consecuencia, casi imposible de evitar. Sin embargo este caso no es asimilable como tal, ya que se podía prever pues entraba en los rangos de la estadística. Un estudio publicado en el 2005 por la Organización Panamericana de la Salud, que abarca los primeros semestres de 1988 y 1991 y los años completos 2001- 2002, indica que el 33% de los accidentes ferroviarios de la Ciudad de Buenos Aires se producen sobre la línea Sarmiento (ocupa el primer puesto) y si acotamos ese dato a los 198 que se pudieron localizar, en las 24 cuadras comprendidas entre Pedro Carrasco-Donato Álvarez, se dio el 27% de los casos (54 sobre 198). Según directivos de La Fraternidad, sindicato que agrupa a los conductores ferroviarios, el promedio mensual de muertos por el ferrocarril es de noventa. Según Omar Maturano, su secretario general, “en todos los países del mundo el servicio ferroviario tiene las vías sobre nivel o en sistema cerrado”. En consecuencia, si se podía prever, no es un accidente y al considerarlo así, la mayoría de los medios contribuye a confundir la identidad de los principales responsables del desastre. No se produjo por “errores y negligencia”, como titula Clarín, ni por “imprudencia” (La Nación) o debido al repugnante y repudiable título de Libre, “martes 13”, sino a la no asunción de sus responsabilidades por parte de los empresarios y el estado: deficientes sistemas de seguridad, señalización y personal escasamente capacitado para atenderlo, falta de control estatal sobre las empresas, promesas incumplidas de extender la red subterránea, alternativas al caótico crecimiento del parque automotor… y podemos seguir enumerando las razones que presionan sobre los usuarios y los trabajadores de trenes y colectivos para que cometan errores o negligencias que conducen a estos desastres. Somos conscientes que estas cuestiones no se resuelven con invocaciones abstractas, consignas o magia, sino que hacen falta grandes inversiones en obras de infraestructura y tiempo, además de modificar hábitos y una cultura que considera gracioso transgredir las normas, lo que aporta una dificultad no desdeñable al problema. Pero si no queremos seguir acumulando tragedias, hay que empezar a librar la pelea. Hace unos días llegó a Zárate, procedente de Alemania, la tunelera para la obra de soterrar el ferrocarril Sarmiento. Es una máquina gigantesca que se va a terminar de armar en Haedo y comenzará a trabajar en los próximos meses. Se calcula que el primer tramo de la obra, entre Haedo y Caballito, demandará cuatro años. ¿Y mientras tanto qué? ¿Habrá que seguir llorando muertos y lamentando daños o se buscarán paliativos para el mientras tanto? Tal responsabilidad le cabe prioritariamente a los gobiernos: nacional, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y de la Provincia de Buenos Aires. No pueden ni deben eludirla. |